Sopa de ganso

Es imborrable el recuerdo de aquella cena de nochebuena del 2013. 

Yo tenía 16 años por aquel entonces. Del resto de la familia os pongo al día rápidamente. 

Ernesto, mi padre, un buen hombre que visto desde la perspectiva de los años se me antoja que intervenía poco en los asuntos domesticos. Julia, mi madre, piadosa de más y visitante asidua de la iglesia de San Damián, que era quien llevaba el día-a-día de la casa con mano de hierro. Luego estaba mi hermana Patricia, bastante mayor que yo, enfermera. 

Paty trabajaba en Londres y había llegado unos días antes para pasar la Navidad con nosotros cargada con “dos buenos regalos”: un novio inglés de ojos azules y chaleco de rombos rojos y verdes y su sonrosado padre, un reciente jubilado del ejército británico que venía con la sana intención de ser testigo de la presentación en sociedad de su primogénito ante aquella extravagante spanish family. 

Días antes, en mitad del desayuno, mi madre tras un silencio poco habitual en ella, dijo:

  • Ernesto, este año ha sido bueno para nosotros, no? -Sin esperar respuesta, como hacia habitualmente, continuo -Te han ascendido, la niña está a gusto en Londres y tiene un novio que parece buena gente y que vamos a conocer, hemos cambiado de coche y hasta este mostrenco -esta alusión era para mi- parece que ha entendido que tiene que estudiar. 

Tras esta convincente exposición de motivos ,mi padre no tuvo más remedio que asentir y dijo:

  • Hombre, yo… – Pues no se hable más-interrumpió mi madre- Quiero invitar a la cena de nochebuena a un señor que vive en la Residencia de Mayores de aquí al lado que está muy solito. Lo he conocido casualmente el otro día. Creo que es lo mínimo que podemos hacer para dar gracias a la providencia por todo lo que tenemos. – Y qué sabes de él ?- pregunto mi padre sin dejar de mirar la tostada. – Verás, es un caballero argentino de unos 70 años. Está limpio, se le ve culto y tiene unos ademanes muy refinados. Por lo poco que hemos hablado, parece de muy buena familia. Te va a encantar cuando lo veas.

El día D llegó cargado de expectativas para todos. Durante toda la tarde, ollas, cacerolas y sartenes trabajaron a toda máquina esperando el gran evento familiar. A eso de las nueve y media, con todos nosotros vestidos para la ocasión, más los británicos a su manera, y ya con el segundo o tercer martini en la mano, sonó el timbre. Allí estaba Gastón en la puerta, luciendo una amistosa sonrisa, chaqueta de pana beige, pantalones vaqueros y un vistoso lazo azul apretando su robusto cuello. Se quito a modo de saludo un enorme sombrero de cuero tipo gaucho con la mano izquierda mientras con la otra sujetaba una cajita que parecía de confitería envuelta con un lazo infinito de color rosa. Todos ya presentados y en torno a la mesa, nos enfrentamos a la primera delicatessen que había preparado mamá, una sopa de ganso con picatostes que iba a ser acompañada con un vino Malbec en honor de nuestro visitante y unos panes de no sé cuántos cereales por centímetro cuadrado. Aquello parecía la crónica anunciada de una maravillosa cena en la cual mi madre iba a estar a sus anchas como maestra de ceremonia. 

La deliciosa velada ya comenzó pronto a agrietarse con el brindis. 

El padre del novio de mi hermana, saco un papel del bolsillo que leyó rápidamente y lo volvió a guardar. Después ,alzó su copa mirando uno a uno a todos los comensales y dijo con tono solemne en un horrible español 

  • Brindo por nuestras dos familias y por mi querida reina Elizabeth. 

La chispa prendió de inmediato.Gaston,se levantó como si hubieran activado la silla eléctrica. 

  • Esto es una vergüenza que un argentino no puede soportar. Brindar por esa vieja zorra. Retire sus palabras de inmediato. Demasiado tuvimos que tragar la muchachada argentina en la guerra de las Malvinas cuando esa bruja y la Thatcher mandaron a miles de soldados a pelear con unos cientos de pibes que solo defendían su tierra. 

Mi hermana tradujo lo mejor que pudo aquel chorro de improperios, bajando la voz en cada una de las frases hasta convertirlas en un susurro avergonzado. 

Era un poema, supongo que de un poeta maldito, ver la caras de asombro de mis padres, mi hermana y el hijo de aquel soldado de Su Majestad, pero a mí me estaba pareciendo muy divertido el espectáculo. 

Lo que siguió no mejoro demasiado la situación. La vena del cuello del militar se ensancho como una boa en plena fase de digestión de su presa, echando una mirada de missil intercontinental al argentino. 

  • What did you say?- dijo, esperando una nueva traducción corregida de mi hermana, que nunca llegó. 
  • Se lo digo una vez más, esa vieja zorra solo merece mi desprecio- respondió, girando la cabeza y escupiendo al suelo. 

Con un rápido movimiento, como si estuviera desmontando su fusil en la Academia Militar, el inglés tomo su cuenco de sopa, picatostes incluidos, y lo hizo volar en dirección al gaucho. Este, aunque trato de hacer un quiebro, no pudo evitar el impacto y el cuenco se estampó en su frente haciendo que los fideos de arroz cayeran delicadamente por sus ojos y nariz, adornando como si fuera una serpentina su poblada barba y el lazo de color azul eléctrico. 

  • Pero Ernesto, haz algo! -aulló mi madre- Aquí va a haber una guerra y esta siempre ha sido una casa respetable- acabando la frase con una especie de gemido lastimero- Y Vd. Don Gastón, tiene que moderar esa lengua, hombre! -concluyó, tratando de evitar unas risitas nerviosas al ver los adornos que cubrían la cara de su invitado. 

Mi padre, decidió que era ya momento de cobrar protagonismo en aquella familia; se levantó y avanzó hacia el sitio del militar en actitud conciliadora con los brazos en alto. Nada más llegar a su altura en la mesa, giro la cabeza para pedir calma a los dos contendientes, aunque no tuvo tiempo para hacerlo. Precedidos de una lluvia de la sopa sobrante en la sopera, una hilera de los delicados panes multicereales, bañados en Malbec para que pesaran más, fueron lanzados como dagas en el circo por el argentino, impactando en su cara y obligándole a refugiarse rápidamente bajo la mesa. 

Justo cuando algunos platos de la vajilla cara y un par de sillas sobrevolaban el espacio aéreo encima del mantel de encaje, la aparición de mi madre por la puerta del comedor con una vieja escopeta de dos cañones del abuelo resultó providencial. 

No espero a más. Para sorpresa de todos, pegó un disparo al techo, con tan buena suerte que la lámpara se desplomó sobre la mesa causando el efecto apaciguador deseado. 

  • Al que no se esté quieto, me lo llevo por delante. Anda hija, tradúcele al inglés -dijo en un tono que daba poco margen a la interpretación. 

Aquel disparo obró milagros en la contienda. El silencio se abrió camino de inmediato en el comedor, vigilado estrechamente por la mirada desafiante de mi madre.

Entonces, Gastón retiró sin hacer ruido alguno su silla, dio media vuelta y se dirigió al aparador. Allí cogió los alfajores que había traído de regalo, se los puso bajo el brazo y camino ceremoniosamente hasta la puerta del comedor. Luego, tomo su sombrero del perchero de la entrada y con él en la mano, haciendo un hidalgo gesto de despedida, se volvió y dijo:

  • Puta cena de nochebuena. Sos una panda de boludos. Y usted señora, olvídese de mi para siempre. Me voy a compartir los alfajores con gente decente. 

Un sonoro portazo interrumpió a mi madre cuando decía…

  • Prefieren turrón del duro o del blando? 

Félix Sánchez

Dulce Navidad 2013