Sí, sí, os hablo a vosotros y a vosotras, aunque no suela hacerlo muy a menudo.
A vosotras las águilas, que en parejas vigilantes ahora sobrevoláis altivas y lejanas nuestras agachadas cabezas, a los descarados ruiseñores de mi jardín picoteando el cristal de nuestra ventana para comunicarnos la mala nueva de otro triste amanecer.
A las abejas que ahora zumban a miles entre las apretadas flores del peral, ignorantes de que ayer nos dejaron para siempre algunos de nuestros abuelos.
A las nubes que corren presurosas tras los inalcanzables truenos de la tormenta pero incapaces de humedecer estos resecos días de incertidumbre.
A las hojas de los árboles que parecen gozar sin límite con la energía todopoderosa del viento meciéndose en bailes tan bellos como estériles y hoy impotentes para disipar este mal fario que nos persigue.
Y, cómo no, a vosotras, perezosas gotas de lluvia, regordetas y gozadoras, que caéis con ritmo cadencioso y monocorde desde el tejado sobre nuestras pesadas espaldas.
Pero, sobre todo, al silencio que ahora recorre victorioso nuestras calles para mostrar la insensatez y el vacío pertinaz de las palabras, al mismo tiempo que hace aún más denso el paisaje desde nuestras ventanas.
Decidme, por favor, que atributos ocultos atesoráis, que pactos secretos habéis alcanzado con las divinidades que os dejan ser tan libres y plenos en estos tiempos de furias y miedos desatados para los hombres. Decídmelo por favor.
(Desde la tristeza y la esperanza)
Félix Sánchez