El Testamento de Hailigenstadt

En el día de hoy sábado 27 de junio y a la hora de costumbre tendríamos que haber asistido en el Auditorio Nacional de Música, al concierto de música que llevaba por  título “El Testamento de Hailigenstadt”, en el la Orquesta Nacional de Música esta vez estaría dirigida por su director titular David Afkham y acompañado por el violinista griego Leonidas Kavakos, nos interpretarían obras de Ludwig van Beethoven y de Anton Bruckner.

Beethoven erigiendo el Romanticismo. Beethoven como género en sí mismo. El Concierto para violín en re mayor, opus 61 del genio de Bonn vino después de abandonar ornamentaciones puramente clasicistas y tras su testamento de Heiligenstadt, donde reconocía que solo el arte le detuvo ante sus intentos de sui­cidio. Se quedaba sordo, con poco más de treinta años. Un punto de inflexión donde la música, también su concepto, no volvería a ser igual. Un extenso y rompedor primer movimiento, un melancólico Larghetto, un vivo rondó final. Fue demasiado en su día. Sigue siendo demasiado ahora.

Bruckner el obstinado, el místico, el catedralicio y el enviado de Dios que él mismo se creía, era un hombre obsesionado. Con Wagner, así lo demuestran sus sinfonías, incluyendo su Sinfonía nº 6 en la mayor, WAB 106 quizá la menos conocida de todas. También con Beethoven, con quien llegó a imaginarse en una conversación en la que le decía: «Mi querido Bruckner, no debe preocuparse lo más mínimo por eso (las malas críticas). Tampoco a mí me fue muy bien, y todos esos señores que me usan como un bastón para golpearle todavía no han entendido nada de mis últimos cuartetos, por mucho que lo pretendan».